14 de septiembre de 2020

La solidaridad que nos hace hermanos

Llevamos ya más de siete meses de pandemia en nuestro país y en el mundo y hemos ido descubriendo distintas formas de cuidarnos y de cuidar a los otros frente a un virus implacable que nos amenaza a todos, pero que daña más en la pobreza y la vulnerabilidad, volviendo a dejar en evidencia las injustas desigualdades. Una de los principales llamados para cuidarnos ha sido pedir que nos encerremos en nuestras casas para lograr el distanciamiento social. Sin embargo, lo vivido en Cerro Navia pareciera ser lo contrario, pues a la vez que se mantiene la distancia física de un metro con mascarilla, nos hemos acompañado de muchas maneras, creando múltiples iniciativas de apoyo y cercanía social, de escucharnos y compartir para ser capaces de capear la soledad, la incertidumbre, el desempleo, el hambre y el desamparo.

Como siempre la pobreza -y ahora la falta de alimentos- no es sólo un problema individual, sino un problema de la comunidad, que se vive en el territorio -desde donde nos situamos como Fundación Cerro Navia Joven– y se ha resuelto con trabajo colectivo, expresión de solidaridad, reconociendo al otro: es así como han vuelto a surgir las ollas comunes.

La pregunta que está a la base de todo el dilema de nuestra convivencia: ¿Solitarios o solidarios? Tenemos un sistema económico y un modelo cultural que subraya el individualismo, la autonomía y la ilusión de ser átomos independientes: llaneros solitarios que luchan solos y solo con sus fuerzas, para obtener sus beneficios. En contrapunto, la solidaridad en las comunidades contemporáneas está ligada al supuesto de relaciones sociales de valoración simétrica, capaces de considerarse recíprocamente a la luz de los valores que hacen surgir las capacidades y cualidades para realizar objetivos comunes, dentro de un nuevo esquema de solidaridad social.

Se subraya frecuentemente la falsa ilusión, que cada uno de nosotros se auto constituye solo y que desde allí entra en relación con otros.  La verdad es muy distinta, pues somos fruto de lo que hacemos en comunión, del compartir experiencias y aprendizajes de quienes nos han amado y nos han nutrido de valores e ideales. Con todos esos regalos podemos caminar con libertad, eligiendo y diferenciándonos de lo que distintas comunidades, a las que pertenecemos, nos ofrecen.

Comunidad es un término que puede servir para ser aplicado a realidades muy distintas: a la familia nuclear o extendida, al barrio o a la población, al pueblo o a la clase social a la que pertenecemos, a la asociación o a la organización de la que participamos, al club de fútbol o a la iglesia con la que nos identificamos, al país o al continente. En todos estos casos hay sentido de pertenencia, de ser partícipes de una cultura común y de vínculos compartidos. Son distintos niveles de fraternidad a los que podemos llamar solidaridad.

Solidarios y no solitarios. Por la fe cristiana, nos reconocemos como hermanos y hermanas y por los derechos humanos valoramos nuestra igual dignidad y apreciamos nuestras diferencias. La Fundación Cerro Navia Joven, expresión de la solidaridad de la iglesia, nos recuerda con su acción, que además de hermanos y hermanas iguales en dignidad, nos debemos a los más vulnerados, a los más frágiles, a los más pobres. La opción preferencial por los pobres, que brota del evangelio y nos llena de una común esperanza, hace todavía más radical nuestra solidaridad.

* Texto de Paola Vial, Directora de Discapacidad de Cerro Navia Joven y Eduardo Silva s.j., Capellán de la Fundación.

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